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PLATA Y TIROXCE

lo

cadáYere .

Furioso Don Emesto redobló las wnas

prometida y amenazó con torturar a todos los peones si

no hallaban a los matadore ni a las víctimas.

Esa misma noche se presentó en la hacienda un indio

macilento. con las ropas rasgadas. los pies herido

y

la mira–

da ele loco.

No

lo r.econocieron al principio a la escaza luz de una

bujía. Llamados don Erne to, los detectiYes y el mayor–

domo, rodearon al indígena. Le introdujeron al salón, y

allí, con mayor claridad, pudo Don Antonio reconocer al

Ramón. Gritó:

-Es uno de los a esinos.

Don Ernesto

rastrilló la pi ·tola para matar! ' '·

El

pesquisa Javier Th!artínez. un mulato ele ojos inteligen–

tes y negrísimos. frente amplia.

bajo y vigoro o. cletú–

vole.

-No lo merece. patrón -

le elijo.

Y

a má

de e o,

éste nos dará la claYe del misterio. El dirá donde están

los cómplices y los cadáYeres.

-Tienes razón - murmuró Zamora,

ollozando .

In–

_rli~caníbales.

Vamos a hacer en ellos un escarmiento.

J

Todos los drcunstante miraban al indio con terror

y curiosidad. Las mujeres le compadecían.

--Que salgan todos - ordenó Martínez enérgicamen-

te.

No le hicieron caso. Entonces, ayudado por su com–

pañero, alto y ele simpático rostro blanco, un joYen apelli–

dado Izquieta, empujó a los chagras

y

a los indios fuera

del salón y cerró puerta y ventanas.