FERKANDO C'DAYES
como ele una corriente que se interna en las entrañas del
subsuelo.
El Juan gu iaha cada vez por más cerca de los pe–
ñascos pedregosos que formaban el límite de la playa.
-Por aquí-dijo convulso.
-En el socaYÓn .... -
pronunció don Antonio ho-
t-rot·izado.
-Sí-repu o lacónicamente el indígena.
El socaYÓn agujereaba la ladera de arenisca en un
trecho
de
tre ·
a cuatro kilómetros. Por él corría la
acequia de riego de una hacienda lindante con "Rosaleda'·'.
La cantidad de agua era grande y pasaba mugiendo por
el acuecluc:to
ubterráneo.
Tenía acceso el canal por va- ·
r;os sttlüs.
Agujeros como grandes escotillas permitie–
¡·on la entrada ele la luz y ele los peones cuando se cons–
truía la acequia.
y
quedaron después como puertas para
cuando la corriente obstruícla por un derrumbe, se cles–
Yiaba.
Una abertura de esas era más fácil. ·
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la luz lagri–
meante ele los faroles la indicó el Ramón
y
la reconoció
Don Antonio.
-Aquí-dijo
el
indio lúgubremente.
-Esta es; sí-afirmó el mayordomo.
El boquete neg-ro dejaba escapar el murmurio perma–
nente del agua que irisó sus penachos espumosos cuando
entraron los pm·tadores de lo · faroles.
-
;\cérquen e-gritó Don Ernesto.
coreado por el
acento ronco
y
seco ele 1\[artínez.
El borde de la especie de cripta
distaba
cuarenta
centímetro poco más o menos del agua.
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