FERN.A ' DO CH.AVES
pearan en las paredes estériles del socavón, que sostenían
aquí y allá piedras negras y lustrosas entre las arenas
rojizas .
Caminaron largo tiempo. El agua rezongaba ame–
nazadora en los recodos funestos. Gorgoriteaba en los
pequeños canales que le concedían salida hacia la luz, ha–
cia el aire, hacia •la vida ; ausentes allí, en ese antro fúne–
bre que parecía conducir a la muerte, a un riesgo incon–
mensurable.
Ya no querían adelantar los indios. Escrutaban in–
quietos en todas direcciones la tiniebla pegajosa, húmeda,
saturada de salitre.
-¿Volvemos ?-consultó Martínez. Quizá clura·nte
el
día ele mañana encontremos otra abertura más practica–
ble. El frío del agua es irresistible ....
-Yo seguiré; no retrocedo-gruñó Izquieta. Se-
guiré hasta encontrarlos porque están aquí.
-Vamos-respondió como un eco, Don Ernesto.
Los indios acobardados se movieron lentamente.
La oscuridad pesaba sobre las almas como plomo.
Una
opresión
angustiosa dificultaba la respiración
Mariposas velludas y viscosas poblaban el aire y se ad–
herían porfiadas a la cara ele los exploradores. Circulaba
un hálito ele terror, espeluznante, morboso.
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