FERN~-...DO
CHAYES
Sacaron la envoltura esférica a tierra firme
y
adheri–
do a e:Ia el otro cuerpo alargado. Era un costal entre–
abierto. De él salía una cabeza surcada por el corté hórri–
do del hacha
y
al cuello de esa cabeza se trenzaban unos
declos en crispación e'pantosa
y
se pt>gaban los labios vio–
láceos ele una boca desesp:eracla. . . . ·
-.Kaúl-gimio Don Ernesto.
Izquieta después de unos minuto!' se lanzó otra vez al
::~gua.
Nuevamente apagó la luz
y
se .extinguió el 'onidt)
de su movimiento.
Regresó.
-Jalen
la soga.
Otro fardo trágico atracó a!l borde rocoso. Cerrado
éste. Lo abrieron. Extraje ron un cuerpo acardenaiado,
despedazado por las cuerdas
y
cubierto de sangre licuada
y
verdosa, de coágulos amaril·lentos. Fué preciso hurgar
en el saco para ha1 lar la caheza cortada
~
cercén.
H
im·ha–
da, monstruosamente grande. conservaba el r-ictus ele la ago–
nía. Los ojos podridos se regaban como un licor achoco–
latado
y
sitl'iestro dejando las cuencas vacías. con cercos
violados.
--Mi hermano-lloriqueó el cabal1lero.
Callaron todos unos minutos respetando su dolor.
Habló Martínez.
-Salgamos.
Urgidos por Don Ernesto los indios intentaron mover
solos los bultos. La putrefacción, al crear gases, aumen–
tó desmedidamente .e] peso de los cuerpos y tuvieron que
ayudar todos, uniéndose, sudando, sintiendo en las narices
las emanaciones pútridas ; en las manos, la gelatina de las