PLATA Y BRONCE
Et·a a una manera de cueva rectangular en cuyo fon–
do borbollaba el líquido incansable_
A
los lados, los
rectángulos ele la acequia, destilaban como un rocío de
entre las arenas desprovistas ele vegetación_
-¿Aquí ?-interrogó Martínez.
-Sí-repitió el indio_
No hay nada.
-Se los ha llevado el agua ____ musitó sordamente
Don Antonio.
-¿Nada usted ?-preguntó Izquieta, que ya se ha–
hía despojado ele la
~mericana,
del pantalón y ele los za–
patos_
-Si-respondió Don Ernesto preparándose_
-Los indios que sepan nadar que nos acompañen.
Dos obedecieron, constreñidos por el mayordomo.
-Vayan ustedes __ ..
Cojan los faroles y adelanten-dispuso Izquieta.
Los indios se sacaron los ponchos y con enonue dis-
gusto. después ele arremangarse los calzoncillos de lien–
zo, se metieron ·en el agua.
Recibieron los faroles y por la derecha del soca–
vón - dirección que seguía la corriente-se introduje–
ron en el sombrío agujero_
Don Ernesto y los pesquisas le seguían.
La acequia perdía lentamente en altura. Bajaba.
Su areno_so suelo hería las plantas ele los pies de los
blncos que anclaban con dificultad. El agua helada mor–
día las pantorrillas con sus mil clientes líquidos.
La luz temblona de los faroles apenas si bastaba pa–
ra impedir que los tres que iban a retarguardia no se gol-