FEitNA.:\DO CITAYES
,·eres-chilló Doña Sofía, quien siempre reía; contenta de
su apacible existencia.
-¡Qué horror !-repetía Emilia llorando a g_ritos.
Luis callaba ensombrecido.
El chico azorado miraba la angre
y
sus ojillos iban
a li:ernativamente ele las camas vacías, a los charcos del
suelo
y
a los ro tro de su padre o de sus hermanos.
Don Antonio deliraba en un soliloquio. Lanzó rugi–
dos ele ira, de impotencia. Dese peraclo. tembloroso no
atinaba qué hacer.
Llamó a los huasicamas,
a
todos los que dormían en
la hacienda.
Atónitos contemplaban los indios soi1olientos
el'
cua- .
el
ro tétrico. El cuarto desarreglado. la camas llenas de
sangre. los libros huyendo del estante. triste , sorprendi–
dos.
neJa ;\ ntonío a denunciar a las autoridades-acon–
sejó Doña Sofía.
-Cierto .... Anda a traer un cabalio ensillado-or–
denó
d
servidor leal
y
caritioso a un huasicama. Por las.
agrietada · mejillas del mayordomo se de !izaban gruesos
laoTimone' vertido inceramente por el patrón.
-De que aclare hay que ponerse a bu car los cuerpos.
-sugirió Emilia. dando cliente con cliente poT la emoción
ine perada.
-Me voy. Vendrís trayen Jo otros dos caballos pa–
ra el político
y
el ecretario- dijo el Antonio mientras sa–
lía precpitadamente.
Montó a caballo y al galope se dirigió al pueblo.
La dos mujeres con Lui , un mozuelo inocentón
y