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FERKANDO CHAVES
tares. Les proporcionaba luz ·la esperma que la Encarna
adhirió a
La
tapa ele un baúl aprovechando la solidifica–
ción de la cera
f
unclicla por la llama.
La india en jarras, mal ceñida el anaco morado, cu–
bierto el busto sólo por la camisa intensamente azuleada,
se dirigió al Juan.
-¿Qué es?
No
habló Juan. Le sobreYino un imperioso deseo ele
callar, ele huir. ¿Para qué delataba a sus compañeros ele
crimen
ant~
la india? ...
De estar la puerta abierta se habría lanzado al campo,
y
COtTiclo a la cita crimino a. Pero la Encarna guardó en
•las vueltas ele su faja la llave
y
le inspeccionaba sena,
fruncida.
-Qué es ?- volvió a preguntar.
-Mama Encarna .... -Se paraba
el
indio irresoluto.
-¡
Utija!--impuso la aclivina-n'lientras abrasaba con
lo ojo al Juan.
El poc!er h ' pnótico de la Ü1clia obró sobre el espíritu
débil
y
ase tadizo del indio
y
lo adormeció,
f.~lto
ele vo–
luntad. L:ts manos ele la Encarna ejecutaban lo pases de
precepto por la cara del indio. ya pue -to dócil.
-¿Qué quieres ?-interrogó.
Los músculos faciales ele Juan se contrajeron como
para facilitar -la emisión de los sonidos: pero no pronunció
nada. Unos residuos de voluntad resi tían en un rincón
del ''otro yo" a las stwe tiones ele la india saludadora.
Repiti ó lo pase la bruja. Más cercanos al rostro.
Llamearon los vivos ojos cafés estriados de verde.
-¡Habla!
El ademim \·acila.nte ele Juan se perdió en la imnovili-