.PLATA Y BRONCE
ma recién abandonada exhalaba el olor capitoso de la in–
dia aun provocativa.
Junto a la pared opuesta a la puerta de la entrada, se
ali·neaban baúles grandes
y
pintados de amarillo chillón
de caléndula. En ellos se depositaban los anacos, cami–
sas. fachalinas. sombreros. enaguas y rebozos de la maga.
Esta, joven todavía-no se resignaba a dejar su rango ele
india apetitosa para los blancos-y de rostro más que agra–
dable. gustaba del aseo. del buen vestir y de las nimias co–
modidades que, pequeñísimas para el civilizado, son inalcan–
zab·Ies para el indio.
Las camisas
y
enaguas de la Enéarn.a recibían un acen–
tuado baño de azul de Prusia. Los anacos eran bordados,
igual que sus rebozos. En sus sombneros blanqueados
con pushe-una creta natural y ordinaria-ondeaban enoi·–
mes lazos de cintas de YiYOS colores con figuras realzadas.
Las hu.allcas, zarcillos. gargantiHas, orejeras, manillas
y
anillos
ele·
la Encarna. que eran munerosísimos. se guarda–
ban en un arcón especial con chapa
y
candado. arcón que
se escondía. bajo Ia cama de la poseedora ele todas esas opu–
lentas riquezas.
En otro rincón se \'eían los aperos de labranza, los
ponchos
.Y
más ropas del Matías. las que no resultaban
muy abundantes ni variadas.
En ·el resto de la habitación no se encontraba nada.
Sobre los ladrillos rojos
y
bien barridos que en la
mayor parte ele las casas indias quedan desnudos, la En–
carna había distribuido unas cuantas esteras. Al pie \le
su cama
y
en el centro del recinto las esteras eran dos, de
totora,
de las tejidas en la Laguna.
Pisando las del centro se afrontaron los dos interlocu-
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