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PLATA Y BRONCE

Con esa orden terminante en qué podía pensar la Ma–

nuela para escudar a su

ama~1te?

Hubiera sido desleal con su padre, pero no alcan–

zaba ni a vislumbrar sus intenciones y ya ni ir a la hacien–

da le era dable, para advertir al patrón que viviera alerta

porque Gregorio no renunciaba a la idea de vengarse.

El día de la trilla propúsose hablar al patrón cuando

regresara a la hacienda porque lo hada siempre antes de

que concluyera e.] trabajo.

No tué a tiempo y cuando

ella llegaba, por el lado opuesto.

~vió

con pena que Ratrl

desaparecía al galope en el camina!.

No volvió.

Y

para que su madre no supiera su au–

sencia entró de prisa

a

la choza con un

puño

lleno ele agua

en la cabeza.

~¿De

dónde venís?

--Tr.ayenclo agua.

-No has de ir .....

Sin encontrar cómo proteger al nmo de la celada

que ni ella sabía pero que adivinaba preparándose en secre–

to co:1 crueldad infinita. afligida. hiló todo el resto delatar–

de en el patinillo, vigilada por la Teresa que cocía la poco

apetecible merienda.

Asomó su padre, tétrico

y

furioso. y el·la corrió a es-

conden::.e en lo más oscuro de la choza porque le oyó:

-¿

Onde

está la Manuela?.

-Aqui taita-gimió ele adentro.

Dom.inóse el indio por un poderoso esfuerzo y co–

mió sin ninguna preocupación al parecer.

Trituraba

e1

maíz tostado

ruidosa~11ente

entre los

molares fortís:mos que subían

y

bajaban con celeridad en

su mandíbulas incansables de prognata.

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