FER:I\ANDO CHAVES
Anocheció. El Gregorio dijo:
-Vamos a dormir.
-Entraron las dos india . El
padre
permaneció
afuera. La Teresa cerró la puerta.
Anduvo un rato el indio eP el corredor.
Sentóse lue–
go y cavilaba.
Tentada estuvo la Manuela de salir y ver que hacía
su padre, pero el miedo de encontrarle o de que le sintie–
ra la Teresa, le mantuvieron quieta.
Fueron siglos las
horas de esa noche para la longa.
No dormía.
Estaba segura de que su padre no en–
tró a la choza.
Palpó su sitio y lo encontró vacio.
¿Debía salir o quedarse?
¿Ir a la haci.encla·
y
avi–
sar al patrón?
¿Y si su padre no se había alejado mucho
y
la encontraba?
¿Y si no preparaba venganza
alguna,
por qué ella le vendía. suspendiendo :;obre
su cabeza
la
amenaza perpetua de la ira del niño? . . . . Oh, el sueño
huía ele ella
y
-la asediaban horribles pensamie:itos. imá–
genes ele espanto que le hacían gritar. Despertó su ma–
dre y la reconvino entre triste
y
disgustada.
Veía el asesinato. La mano negra del Venancio ca–
yendo armada sobre el cuello blanco
y
desnudo del pa–
trón. . . . . . o resistió más.
Se -levantó gimoteando·:
-¡Taita no viene! Ya voy donde patrón a decir ....
-¡
Callá
sinvergüenza~
¿A avisar qué váis? Dor:-
mí. ....
y
el resto de la frase hiriente se perdió bajo las
mantas . Cogió entre sus brazos a la longa, la acostó
junto a sí y protegiéndola en su regazo de los malos sue-
ños se quedó dormida.