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l!'E11NANDO CHAYES

-No sé. ?\o han dicho. Aura que hemos ele reunir

ha11 ele aYisar.

-Todavía e hora--murmuró La

Encarna sintiendo

una súbita piedad. En elía se mezclaba sang're blanca ele

u padre con la autóctona de su madre.

~o

podía permi–

tir que se consumara el crimen. El

P"~:)n

Raúl contestó

con curiosa deferencia sus saludos. l'or otra parte. odiaba

a

la :Manuela que era más bella que la bruja que antes tuYo

fama de ser la mejot· longa de esos campos.

No quiso saber más.

-¡Basta !-gritó.

Le despertó rápiaamente.

Soñoliento, abrió los ojos Juan

y

contempló atónito la

habitación. Restregóse los párpados para convencerse

de

que estaba despierto,

y

preguntó.

-¿De dónde

nngo?

-Si no has ido a nmguna parte-le tranquilizó la

Encarna.

-¿Qué hago?

Con insistencia le asaeteó las pupilas con las

suyas~

brillantes y grandes, la india al Juan. Luego, masticando

las palabras que salían como un soplo de su boca apretada,

exdamó.

-Corre a hacienda

y

despertá a mayordomo

y

avisá

que van a matar a niño. Corre. ¡BreYe! Antes de que

atrases. Ya han ele estar llegando los otros. Irís por·

otro lado para que no encontrís. ¡Corre!

Abrió la puerta con violencia. Le empujó a la oscu–

ridad. chilla11do:

-¡ Corre

!

¡ Corre

!

Llamó:-¡ !\Iatías!.

y

como no le ·contestara el indio,.

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