FERNANDO CHAVES
El dueño ele casa,
~'latías
Pi;l1ataxi, encendió una esper-
1na.
l\lama Encarna descansaba acostada en una cama.
Sólo ella podía permitirse esos lujos desusados por -los in-.
dios. Ya se había clespértado e inquiría con la mirada de
sus ojos vivos
y
graneles. el objeto ele visita tan a deshora.
-Quiero averiguar tÚ1a cosa ....
Pausa.
Hizo el Jüan un movimiento de cabez·a que la Encarna
it~terpretó
certeramente.
-Matías--dijo,-andá a dormir en el otro cuarto.
En davo está llaYe.
Matías era casi el esposo de Encarna. ?\o eran casa–
dos, más viYían maritalmente, porque así lo quería la: En-
carna a trueque de que el l\Iatías fuera un marido sumiso
y callado como un muerro.
El casi esposo tomó la llave colg.acla del clavo, se arre–
bujó en el poncho
y
sin un murmullo salió
del
aposento,
de puntillas.
Su cabeza rapada se dibujó un momento en el rectán–
gulo ele la puerta abierta, iluminada por la esperma.
La Encarna cerró con llave la puerta.
Para mayor segm:idad, echó sobre ella un grueso tron–
co de capu!í que cuando no se arrimaba en la puerta servía
de banco.
Avanzó la india hasta el comedio del aposento. y or–
denó a Juan que se acercara:. Hízolo así
el!
indio colocán-
dose
frent~
a ella. descubierta la cabeza. más bronceado
que nunca, temblando.
La claridad difusa ele la esperma no disipaba las
sombras de la amplia habitación. En una esquina, la ca-