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PLATA Y BRONCE

o no el señor Raúl, que algunos tratos .... ha de tener

con la maestrita santucha-interrumpió una beata joven

y ya marchita. H abrla sido bella, pero una sed insaci<a–

ble la consumía. Mística y sensual a la vez.

-Si. se irá-gritó en un arrebato de ira el clérigo.

No faltaría más

No se quedará ele ningún modo. La fe

peligra. La religión ante todo. Ay de los ricos que pre–

tenden oponerse a los designios ele los ministros del Altí–

simo en la tierra! Cristo elijo: Lo que atáreis en la tie–

na será atado en el cielo ....

-Estos ricos bravos que se meten en lo que no les im–

porta-eNtró farfullando don Inocencia. Traía la cabeza

rota. El barbero le vendó prolijamente después de lavar–

le dos anchas heridas que las cachas de la browrling de

Rugo hicieron en el duro cuero cabelluelo del vengativo

y

fanático viej·o.

-Aquí está un rnártir de la religión-\ ociferó don ·

Sicionio. · Cristianos como éste se necesitan por millares.

De armas tomar.

y

no mujeres que huyan al primer asomo

de peligro.

-Me han dejado solo los flojos-respondió el viejo al

elogio. Si no, no sale vivo ese valiente señor, que porque

ha de ser amigo de la maistra la defiende ....

-Razón tiene. don Inocencia. Así ha ele ser-profi–

rió la señorita transparente

y

etérea.

-Ya se van los jovencitos groseros--clamoreó una

vieja de graneles bigotes grises recortados desigualmente,

que oteaba desde una ventana.

Era verdad.

Bajó Raúl. Junto a Rugo, el mayordomo y el sir-

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