FERNANDO CHAVEf,
-Dios santo! eso no. Aquí estoy yo para impedirlo.
Mi santo ministerio es de paz y amor.
-Así lo creo. Conque. buenas tardes señor cura.
Que pase usted días reposados.
Dió un apretón vigoroso al hierofante. Erguido, sin.
contemplar la jauría repulsiva que serpeaba en la sala chi–
llonam~nte
decorada ele don Sicionio, salió el hacendado.
Sus pasos S'e extinguieron en el zaguán .
Iniciaron su fuego las beatas represadas.
-Han Yisto los desplantes del mozp :atrevido? Ve–
nir a impone rse al señor cura-dijo una beata bajita. re–
gordeta. con la faz granujienta y ele un color rojo subido,
ll ena de espinillas y escarchada ele polvos de anoz ba–
í:atos.
-.l'or los c11atro reales que tiene se porta insolente–
a ñadió otra. flaca y lívida como un cirio funeral.
Don Sicionio regresó. F ué aconipañanclo a Raúl has–
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a la grada. Con un pañuelo granclísitno ele flores secóse
el sudor
d~l
rostro descompuesto.
-No · Yejan a los sacerdotes-sollozó. Por una mu–
jerzuela in sultan :a un siervo de Dios que no hace otra cosa
que cumplir su misión sacrosanta Yigilanclo por las almas
de sus feligreses.
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lg ím castigo del cielo ha de caer sobre las gentes
de estos t :empos. tan malas. tan poco devotas--rl:'fun iuf\Ó
la creyente del rostro céreo. Su voz sonaba lejana. ve11ía
de sus profundas cavidades abdominales t'an separadas de
la boca, agujero ·negro y espantoso en la cara blanqueada
con albayalde.
-De todos modos, esa atea se ha de ir de aquí, quiera