FERN.A~DO
CH.AYES
ignoradas fuerzas de carácter. Me quedaré. aunque en
ello me vaya la vida .
-No tanto, se1iorita. El ideal no ex1ge sacrificio -
exclamó Hugo. admirado.
-Como no. Don Hugo.
-Raúl callaba y miraba a u primo con aire de triun-
fo.
Allí estaba el apóstol que presentía. Una pobre
muj~r,
sola, vilipendiada, ostentaba energía que él creía
no atesorar.
-Con todo. sería mejor que usted evite un peligro
cierto, señorita.
-¡Oh. no! Acaso he cometido una falta, ni leve.
La realización ele mi cometido me liga a estas tierras fe–
cundas y pardas que--es la ley natural-reqnie1·en el des–
garramiento doloroso del arado para albergar simiente.
y
brindar flores
y
frutos.
-Bien. Su resoludón es inquebrantable segura–
mente. Pero no olvide que en no otros posee amigo
dispuestos a sacrificarse en su sah·aguardia.
-1\.ii reconocimiento e i.ntraducible. Gracias seño-
res
La pobre chiquilla dominaba trabajosamente su
lágrimas de gratitud. Al fin era mujer. Su alma se
humedecía, doblándose ante el dolor tiránico de no tener
vigor de roble. Yiriliclad ele roca para resi tir las afrentas
cobardes de la corriente social.
-Llámenos siempre que le falte ayuda. mientras este–
mos en "Rosaleda··, que desgraciadamente será muy poco.
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