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PLATA Y BRONCE

-Si señor. Mi primo Hugo Zamora. El que rom–

pió la cabeza al insolente síndico suyo. señor Don Sido–

nio .....

-Primo ha sido-gruñeron las viejas.

-Ha anclado metido en esto ei síndico .... Cuánto lo

siento. Siempre decía yo que la fogosidad de Don Ino–

cencio no tendría bueri fin. Su sangre hierve con brío

juvenil.

-Creo que usted, Don Sicionio, debe aplacar los áni–

mos exa:ltados ck: esas buenas gentes. Impedirles que

cometan locuras

desdoros~s.

No pongo mi·edos, pero ase–

guro a usted que protegeré ele todas maneras a la señorita

profesora. Es tan sola la chiquilla.

-Ya calmaré yo a los más furiosos. En realidad esa

pobre muchacha descarriada no tiene la culpa.

-Aunque la tuviera. Y o no veo por qué pueda us–

ted llamarl a. así con tanto descoco. descarriada!

Nue,·atÍlente se agitó el bellaco montón de maledicen-

C!aS.

-Hay ciertas cosas que no están bien , señor de Co–

vadonga.

-en paseo no es un crimen, señor cura.

-Dejemos este asunto. Haré lo posible por evitar

mayores percances siquiera fuese por allanar dificultades

entre nosott·os. ya que Yeo que usted se interesa por la

muchacha ....

-No

e un intet·és cumo el que u ted supone. No

qui,ero qne Torrebaja conquiste fama de bárbara. No me

gustaáa que se cometa un atentado.

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