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FER~Al\"DO
CIIAYE::;
-¿Por qué atacan a una mujer sola e indefensa?
Calló la turba sin atinar la réplica.
una voz atip'ada.
femeni.nagritó a la distancia.
¡Ahajo la maistra!
Zamora se afianzó en las estriberas. Su cuerpo fino
se irguió como una llama híspida.
-Se irá de aquí porque no la merecéis. Pero infeliz
del que se atre\·a a tocarla. Cobardones!
-Claro que le ha de defender ..... -tronó malévolo,
Don I nocencio.
Se oyeron risas.
Los chagras asombrados por la actitud de Hugo per–
manecieron quietos. La burla de Inooencio les reanimó,
y con él a la cabeza, arremetieron nuevamente contra la
puerta, armados de palos. piedras, herramientas, y con
intención de echarla ahajo.
Don Inocencia llegó el primero.
En las manos de Hugo fulguró la browning. Con
ruido metálico las cachas resonaron en los huesos cranea–
nos. Chorros de sangre empaparon
d
rostro del viejo.
Juraba y denostaba Don Inocencia. Quiso lanzarse
contra Hugo. El potro inglés, enardecido por los gritos
y hostigado por los espolines del jinete, trenzaba una dan–
za vertiginosa aplastando cuerpos, rechazando acometidas.
De todas partes llegaban cantos y palos que alcanza–
ban a veces al justador y a su cabalgadura.
Hugo desencajado, lívido. sin reparar en el peligro
vociferaba :
-¡ Cobardes! ¡Cobardes!
Al más audaz ele los chagras que saltó a las riendas
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