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FERKANDO OHAVES

E l hacendado volvió la cabeza, como si le picara

una

víbora y la abarcó con una lenta mirada despreciativa .

Don S ici on io coligió que podía so ltar nna gansada

y

la

impuso silenci o con

d

lenguaje elocuente de sus guiños.

-Y

además yo no comprendo la an!madversión de

toda esa gentuza contra esa infeliz muchacha que no les

ha dad o ningún motivo .

.-\ no ser que .....

Todas las viejas querían hablar.

Sibil ntes, roncas,

farfullaban injurias, contenida · difícilmente por las mira–

das suplicantes del párroco.

u na habl ó a pesar de t odo :

-

;:_,;e

se yaya de aq uí e,;a clescreicla!

f<aúl ni la miró.

-El pueblo se ha echado encima una mancha

in–

delebl e.

¿Qui én querrá venir a e ta población de maes–

tra? E · un salvajismo que se amenace la vida de una

chica que ·ólo cumple con u deber.

eñor Raúl.

eñor Raúl- querían habl a r muchas.

E l jm·en !'e encog ió ele hombros.

)Jo las contestó

ino con un mov imiento de repugnancia.

--Y

o he querido que usted ·epa que yo no he tenido

participación ni 11guna en

~ste

;,s¡mto-éxpl icó

el

l' ilatcs

enso tanado.

- Ya lo sabía- h :zo irónicamente Raúl.

Cómo po–

día yo creer que usted haya mediado

en

este delictuoso

acontecimiento.

E

as gentes han podido cometer un cri–

men

y

ol ligarnos a perpetrar otro

a mi primo Hugo y

a

mí.

-¿ E ·

~;u

pt·imo el jovencito que Yino antes que usted ?

-

inquirió Don Sicionio.