FEUXAXDO CIIA \'ES
ras penas por el mayordomo que le indicó: ¡Por la dere-
eha! ¡A la plaza!
Allá se dirÍgió.
Gn
ruido de río en crecida le anun–
ció también el sitio. Voces roncas
y
ademanes l?élicos
salían de un tumulto.
.Populachero y
feroz, el cuadro ·
crispaba
-~os
nervios.
Gentes endomingadas y cholas astrosas. Viejas ar–
pías enfundadas en trapos
n~gros
como sus ahHas. Ve–
jetes caducos y áfonos,
obreros
brutos y desgreñados.
Todo aquel que en el pueblo no se bañaba se aglomeró
esa tarde en la plaza de Torrebaja. Chagras musculosos,
con las caras desaparecidas en una maraña de pelos sacu–
dían los pechos desaseados y limpiaban los gaznates a–
guardentosos a fuerza de bramidos. Cholas con
bolsi–
cones de muchos vuelos y blusas plagadas de encajes,
dialogaban con prisa desacostumbrada.
A lo lejos. desde sus balcones, los únicos del pueblo,
el misacantano.
señor de horca y cuchillo de esa horda
plebeya, sonreía en medio de su estado mayor de beatas
con la misma sexual satisfacción con que se pavonea un
gallo en su corral. engreído. autónomo.
* * *
La barbería consenaba la puerta. como un ojo de
óclopc. abierta siempre, mostrando el espejo de aguas
turbias con depósitos de moscas.
Su farolito rojo gui–
ñaba desvergüenz:1s hasta
por
las noches.
Cadenetas de
papeles de colores pendían del cielo raso. encalado y par–
duzco. Cromos de obsequio cubrían las paredes.
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