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FERNANDO CHAVES

Las otras quedan al cuidado de los guardianes. Algunos.

empujan los bueyes . desmazalados hacia el potrero distan–

te.

Al irse los indios mugen la misma burda - cantit:tela

amllsical que en la trilla. El mismo ruido desafinado y

áspero es canción alegre y elegia agoniosa en sus -labios

ignorantes y sencillos.

Regresan del trabajo_sin dolor, sin sufrimiento, sin

melancolía, tan sólo con cansancio de los miembros exte-

nuados, del cuerpo sin energía.

_

Cuando se mira su resignada pasividad, la máscara

de su agotafni,ento físico, se piensa que la idea nuestra de

civilizar al indio creándole necesidades, no es sino una ma–

nifestación de egoísmo. ¿Para qué vamos a poner turbu–

lencias -en la vida sosegada, en la .eonciencia vacía de esas

gentes crédulas y, por lo mismo, dichosas. con la dicha

que rezuma la ignorancia?

En

el

reposo vespertino, requebrajado de frío, subía

por el cielo. como tm aliento humoso, la plegaria monóto–

na y _ tt'niversal de los cantos indios, hacia las estrellas re–

motas, que no han dejado de ser diosas inmergidas em su

nuevo y más absurdo panteísmo.

* *

*

La

a1~gustia

dió alas a Hugo. Reconocía que su an–

sia de placer inconclusa manchó la honra de Celita. Y la

muchacha altiva, indomada se recortó en su memoria con

nimbos de amor, idealizada. Porque era invulnerable

merecía ser prÓtegida.

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