FERNANDO CHAVES
Las otras quedan al cuidado de los guardianes. Algunos.
empujan los bueyes . desmazalados hacia el potrero distan–
te.
Al irse los indios mugen la misma burda - cantit:tela
amllsical que en la trilla. El mismo ruido desafinado y
áspero es canción alegre y elegia agoniosa en sus -labios
ignorantes y sencillos.
Regresan del trabajo_sin dolor, sin sufrimiento, sin
melancolía, tan sólo con cansancio de los miembros exte-
nuados, del cuerpo sin energía.
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Cuando se mira su resignada pasividad, la máscara
de su agotafni,ento físico, se piensa que la idea nuestra de
civilizar al indio creándole necesidades, no es sino una ma–
nifestación de egoísmo. ¿Para qué vamos a poner turbu–
lencias -en la vida sosegada, en la .eonciencia vacía de esas
gentes crédulas y, por lo mismo, dichosas. con la dicha
que rezuma la ignorancia?
En
el
reposo vespertino, requebrajado de frío, subía
por el cielo. como tm aliento humoso, la plegaria monóto–
na y _ tt'niversal de los cantos indios, hacia las estrellas re–
motas, que no han dejado de ser diosas inmergidas em su
nuevo y más absurdo panteísmo.
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La
a1~gustia
dió alas a Hugo. Reconocía que su an–
sia de placer inconclusa manchó la honra de Celita. Y la
muchacha altiva, indomada se recortó en su memoria con
nimbos de amor, idealizada. Porque era invulnerable
merecía ser prÓtegida.
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