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PLATA Y BRON(!}E

Gregario citó al V enancio por la noche en su casa,

igual que a Ramón ..

Con los semblantes impasibles volvieron a trabajar

con la misma porfía que al principio. Nada anunciaba

en ellos sus intenciones. El rostro del indio no expresa

nada. Cerrado. impenetrable parece que no tuviera psi–

cología o que la tuviera en extremo.

Las cinco de la tarde se aproximaban raudas. El ce–

laje cobró matices diversos. Nubes plomizas con ribetes

ocres se agrupaban en la comba pura hacía unos minutos.

Las últimas gasas rosas y níveas se desfloraban lastimosa–

mente sobre los rayos oblicuos del sol que se ahoga entre

las montaf1as inconmensurabl<:!s

d~l

poniente.

El mayoral m.• :í.s viejo gritó que cesara el trabajo.

Grupos de gran celeridad amontonaban el grano para

taparlo luego con el tamo y paja del páramo,

por si llue–

va. Otros hacen lo mismo con las parvas comenzadas.

Una púrpura sucia se arrastra en el cielo al impulso de

un vientecillo helado que viene de

la~

alturas.

Finalizada la faena, circulan con esmero la chicha

y

el trago. Mientras el indio se agita, el alcohol no le cau–

sa daño. Es como si fuera un excitante beni·gno que le die–

ra bríos y entusiasmo.

Beben con furor. Los mates son trofeos de comba–

te cuerpo

a

cuerpo. Ruedan por el suelo los indios más

débiles o más cansados. Los más fuertes tremolan el ma–

te lleno y sorben el brebaje con fruición.

Los ponchos envuelven como llamas los cuerpos in–

dios que se cubren con ellos como si fueran dámides.

Hileras ininterrumpidas descienden de Jas colinas.

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