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J<'EH:'\A:'\1)0 CH.AYES

Los ojos lluYiosos de ·los otros tm·ieron un lu tro de

vivacidad.

Produjeron los labios un abejeo sordo ele asen–

timiento.

-No nos sentirán-inquirió Ramón.

-No. Los perros du.ermen al otro lado-aseg-uró

\ enancio. Cuando sientan ya estaremos lejos .....

Se juntó el Juan receloso. El grnpo guardó silencio,

En la piel cetrina no se notó la mudanza súbita del rubor.

Gravitó un mutismo plúmbeo entre esas almas que

anudaban el crimen.

Otra vez sonó la voz calmosa ele Gregorio.

-Madrugada iremos a hacienda, Juan. En •la pared

de quebrada mos de_esperar.

-Ari-susurró Juan

La sospecha nació en Gr.egorio. Pero calló.

No· voh·ía el patrón. El camino serpeaba a la dis–

tancia, vacío.

___:Vamos a trabajar-dictaminó Gregorio.

Por la frente ensombrecida de Juan cruzó un relám

pago ele furia

¿Por qué no le avisaban todo?

Fue pues

el primero en acercarse a la parva

y

coger un horcón para

empujar el trigo a las patas ele las bestias jadeantes.

Media parva había desaparecido.

El grano, en un re–

dondo montón, a un lado de la era jugaba con el sol. La

paja hunülde la arrinconaron en el borde opuesto.

Sobre

el tamo reposaban los indios Yestidos

de

blanco, un blan–

co de cetúza. Los dorsos rugosos de las manos enjugan

las caras abrillantadas por el sudor ingente de una \'arde de

trabajo.

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