PLATA Y BRONCE
desprovista ele interés.
t siquiera la charla ele cotorra
de Rita. Antúnez le prestaba animación.
Incluclablemente, los adversarios se medían en silen–
cio y en él probaban la fuerza de sus armas. La maestri–
ta era demasiado educada y demasiado vivaracha en opi–
nión de Hugo. Este. un poco descarado y con menos
distinción que Raúl, para el modo de apreciar ele Celina.
Por hablar, Hugo pronunció:
-Celita. cuántos días hace que usted ha venido a vi–
vtr en Torrebaja?
Otra vez se sorprendió Celina Estrella de que aque–
llos jóvenes la tratasen con tanta falta de miramiento a–
penas la conocían. No obstante, repuso:
-Poco tiempo, señor. Un mes a lo más.
-Si, porque yo no he oído nombrarla sino el clomiu-
go pasado que fui al pueblo-intervino Raúl.
Y le gusta esta tierra? Está contenta en ella?
-Si, .señor de Covaclonga. Es agradable la tierra.
Se disfruta ele paisajes tan Tinelos que una no puede me–
nos que amar a estos parajes, y luego, sus habitantes son
muy buenos.
-Porque no los conoce sino ele un mes , dice usted eso
--obse:rvó Raúl. Ojalá el tiempo. encantadora Celina,
no se tome la tarea poco galante de contradecirla.
-Quizá tal no suceda-replicó entre rubores y un
precioso mohín la maestrita.
~-on
malos los del pueblo. Pero. en toda ocasión,
cuente conmigo. Para servirla he buscado su amistad.
-Gracias. Usted es muy gen61, murniuró fingién–
dose anonadada.
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