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PLATA Y BRONCE

culpó, con forzada y dolorosa sonrisa, el joven. Se veía

que le costaba trabajo enhebrar las frases cínicas que an–

tes florecían con tanta frecuencia en sus labios, como en

los de toda una juventud dorada y viciosa, corroída por

el

afán del placer efímero, de una juventud que huye del es–

fuerzo.

Oyóse una algazara en el patio posterior de la casa.

Rtúdo de caballos.

-Alguien llega. Veamos-insinuó Raúl.

Hugo fue tras él.

El mayordomo, ya en el suelo, ayudaba a desmontar

a una linda chagrita.

Era Rita Antúnez. Venía acompañada de su herma–

na_y la "maestrita de escuela" a quien escoltaba un parien–

te vetusto.

Don Antonio atento, cortés, habilidoso, ya ducho en

estos ajetreos las mimaba, y suelta que te suelta ternos y

rudas palabras afectuosas. bajóles de los- caballos a todas.

Apoyesé no más bien. linda niña, preciosita,-decía

el

viejo a la maestrita de escuela.

Aquella se recataba y escondía las piernas elásticas y

admirablemente torneadas que estallaban dentro de las

transparentes medias de seda clara, de las miradas picares–

cas y caldeadas de los dos jóvenes que atalayaban desde la

azotea de la hacienda.

Todas en tierra, el mayordomo se adelantó y guió a

las invitadas hacia_la azotea. La ágil e interesante figura

de la maestrita le seguía, vestida enteramente de negro y

tapado el rostro por el velo que descendía del sombrerito

coquetón . .