PLATA Y BRONCE
duco e insignificante; tal vez su escasa condición de hom–
bre no sirviera de escudo para la Yirtud ele la adorable
Celita.
El rostro. rojizo y abotargado del derruído tío decla–
raba la afición '<1ue por el aloohol debía sentir su poseedor.
Mal cuidada vivía Celina de no contar con más protección
que su tío inerme
y
vicioso.
En el pueblo estancado, fatalista, estúpido con desola–
dora frecuencia, es gran virtud insultar a la
maistra
porque
lleva la luz, porque trata de quitar la venda de la estulticia
de las cabezas de los niños, hijos de los aldeanos groseros.
Oh!, qué gran placer procura a las mujeres del lugar, de
amplias saderas, potentes ánforas de vida, de senos opu–
lentos, descubrir una flaqueza de la ."ciudadana", de· la
maestrita fina
y
espigada que se aparta de sus toscas con–
versaciones
y
se encierra con sus librotes.
Y
cómo gozan
cuando la odiada señorita estirada de
1~
ciudad, que se baña
el cuerpo
y
hasta usa perfumes, es burlada como cualquier
chola que se entrega a su galán bobaliconamente en cual–
quier recodo del camino. Todas las gentes del lugarejo
en que vive la chica ayudan al Lovelace que casi siempre
es el señorito rico, pervertido y licencioso que no reconoce
muralla para sus caprichos en la extensión de sus agríco–
las dominios. . Así, unas veces por la 'violencia, otras por
el amor, esas pobres flores de cult\.{ra que son las maestras
rurales, se marchitan y ruedan por la fangosa pendiente
del vicio. Se les deja tan indefensas en un medio adverso
y todaYÍa con resabios de un feudalismo anacrónico
y
re–
pugnante. Aún es caballero que espera el homenaje ren–
dido de los siervos el dueño de hacienda.