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PI,A'l'A Y BRONCE

dibujado en el semblante sonrosado y fresco. los juegos

quizá demasiado atrevidos del hacendado con la Rita.

Le habló de la vida de la ciudad. añoró los paseos

en la Alameda húmeda y florida en las mañanas claras del

comienzo del verano.

Por las calles enarenadas . del paseo deslizarse llevan–

do del brazo a una lírica chiquilla que tararea el pasillo

en moda. mientras del centro. cerca de los laguitos artifi–

ciales. una banda militar desgrana compases invariable–

mente tristes ele una tarda e íntima sensualidad . . . . De

las palabras ele Hugo fluía una emotiva

y

perfumada n::>s–

talgia.

-~chará

ele menos todo eso, verdad Celita?

-Patas veces lo he gozado, señor Zamora.

Del internado, alguna ocasión que he salido, no ha si–

do para buscar placeres. Casi sola he ambulado por las

calles de Quito. Yol viendo al poco rato al Colegio, deseosa

de la dulce paz ele las aulas umbi"Ías y del placer espiritual,

manso pero vigorizante del estudio.

Y

aquí en el cam–

po si no hay bandas del ejército, de toda la tierra gene–

rosa y fecunda se elevan himnos y cánticos diarios y be–

llísimos.

Hugo no pudo reprimir un gesto desesperado. Idea–

lista parecía la hembra que él deseaba tonta y calculadora

para que fuese fácil presa y cediera a sus caprichos. Di–

fícil empezaba la conquista.

-Todo eso cansa después de poco-arguyó Hugo.

En el campo uno se aburre .

-No lo crea, señor Zamora. El aburrimiento no aco–

sa a todos. Cuando yo estoy desocupada, leo, bordo, cul-

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