FERNAl"'IDO CHAVES
tivo un jardín pequeñito y a
í
ahuyento el tedio. Ya Ye
usted.
_ quí en la hacienda, u tecl mismo, con ser tan de -
contentadizo. imagino pasará sati fechGJ.
-Bastante Celita-replicó de pechado. El campo e
p intore co.
Los pai. ajes encantadores. el aire puro
y
la
sencillez eglógica de las costumbres aldeanas di traen no
poco; pero cansan al fin,
y
el espíritu sediento ele goce
nuevos y complicados. añora la vida ele la ciudad.
¿N'
o
le gustaría ir a Quito con alguien a quien u tecl qutstera
mu~ho.
mucho y vivir allí lujosamente. con todo confort,
y
muy cuidada y muy amada?
Celita quedóse perpleja. Hugo ante ella paseaba pá–
í:do, demudado. Los oj"Os negros de la chica revelaban su
2-sombro.
¿ .·\
dónde iban a parar los tortuosos pensamien–
tGs ele ese hombre? Y rápida, precipitada, le interrumpió:
-Oh, no! prefiero vivir aquí,. apartada y libre, cum–
pt=endo mi deber entre las breñas. Aquí no hay lujos, que
por otra parte son transitorios, pero hay limpieza en
el
al–
ma como hay diafanidad en el ambiente.
Y
quién pudiera quererme ?--conc-luyó, descubriendo
en la sonrisa franca los dientes menuditos.
-Muchos-contestó Hugo, mordiéndose los labios.
Decididamente, estaba torpe.
La
ma~strita
le mareaba y sabía huir habilidosamente,
las artimañas suyas. La conversación quedó trunca. .
I
nsist:ó Hugo después ele largos
y
penosos minutos.
-Conozco una persona que iría al sacrificio por us–
ted.
-Romanticismo cursi. Yo no le dejaría sacrificar-
se
tI 2