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FERNANDO CHAVES
tilde temblaba de voluptuosidad in aciada mirando el arco
tenso del cuerpo joven
y
ágil de Raúl,
y
Celita escuchaba
fastidiada las li sonjas me1osas e inoportunas de Hugo,
y 'el
tío, comía
y
bebía sin medida; los indios seguían alboro–
tando
y
emborrachándose con una escrupulosidad envidia–
ble.
Lo ruidos del patio eran más salvajes, pero más fran–
cos que los del comedor.
La encubierta liviandad de las fra es que los amo em–
pleaban al cerrar el círculo ele lujuria en que querían apri–
sionar a las cholas fáciles
y
a la oveja nueva
y
pura que
era la maestrita, resultaban más desagradables que los au–
llidos bestiales ele los indios alcoholizados, revolcándose en
el suelo.
Finalizado el almuerzo salieron de paseo los invitados.
Raúl iba con Rita
y
Matilde. Hugo con Celina.
El tío
perseguíales.
Erraron por la
calles del parque tejiendo
frivolidades
y
procurando, unos, sumirse en el sueño dul–
zón del placer carnal,
y
otra, la pobre Celita, huirlo
y
sa–
car a fl ote la cabeza
y
el cuerpo de ese mar de incontinen–
cia
y
perversión en que se intentaba ahogarla.
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