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PLATA Y BRONCE
v'
II
Calor asfixiante. Las dos de la ta..rde. La fiesta co–
menzó
mo1~1entos
antes. Apareció en la azotea el patrón
de
brac~te
con las dos cholas
y
seguido de Hugo que se
adhería: a Celita
y
del viejo que a duras penas conseguía
tenerse en pie.
Al gran patio de la hacienda, cerrado por barreras de
gruesos palos de eucalipto, habían sacado los sirvientes un
toro. Lindo y bra:vío animal negro retinto que abría asus–
tado los ojazos brillantes al ver ta:nta gente reunida. Allá
en las gélidas quiebras del páramo donde naciera y desa–
nollara. él era rey soberano
y
no brincaba ese bichejo ri–
dículo que Je pro,·ocaba con gritos incitantes y flameando
ante sus miradas atónitas la mancha roja, sangrienta de los
ponchos. Poco duró la vacilación del animal. El que le
atraía, le desafiaba. Arrancó levemente una nube de
pr•l\'o. Con la cola en alto, los múscu1os distendidos
y
la
cabeza baj•a.. en la que se acusaban los cuernos puntiagudos
y
amenaza1ntes, arretnetió. Bl indio toreador le esperó a
pie firme. Hurtó el cuerpo en el postrer in:stante, más por
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