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PLATA Y BRONCE

-Qué haría?

-X

acta. Decirle que pasara tranquilo su camino.

Dn alto señor n o puede amar a una cualquiera.

-.¿Cómo lo sabe?

-Lo hombres mienten tanto. Construyen un blasón

de sus perfidia amorosas. porque la mujer indefensa en

la lucha por la vida tiene que apoyarse en ellos y sucum–

be siemp1·e.

Sonrió el aristócrata.

-No

píen a Celita que hay excepciones?

-No las conozco. Vea. El señor de Covadonga

amando a u manera a la Rita ....

Raúl hablaba entre ri as, sentado en medio de las dos

cholas y con la boca tan pegada a la cara de la Rita que

casi la besaba.

Celita maní Ee tó con muecas ele asco que no le satis-

facía el proceder ele Raúl.

Ofreció galante Hugo:

-Salimos Celita? Andaremos por

el

jardín.

-Gracias. señor Zamora. l\1e siento algo cansada.

Después será.

-El almuerzo está sen·ido, patrón-anunció parándose

en el umbral de la sala el Antonio.

-Vamos seii.oritas. Kos harán la fineza de almorzar

con nosotros--dijo Raúl a quien las copas habían vuelto

amable y comunicativo.

Se encaminaron al comedor.

Mientras los patrones almorzaban riendo satisfechos;

mientras Raúl espetaba bromas subidas a la Rita que,

en~

cendida. las cle,·ol \'Ía tosca pero ingeniosamente; la Ma-

I

¡

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