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PLATA Y BRONCE
caído como si tal.
y
entre ,-ocife¡·acione
y
de.nuestos contra ·
el bovino, corría nueYamente en po de él.
Cada cogida ele un indígena oca ·ionaba onoras C<:llrca–
Jadas de los b-lancos que presenciaban el espectáculo.-Los
ind-ios son ele caucho .. __ murmuraba Rita_
Enrojecido por el alcohol. desgreñado, casi feo el seño–
rito Raúl ya ebrio, e puso a chiHa:r _
No se le conocía. Era otro.
1'an apacible de ordina–
rio, tenía los ojos inyectados. las narices palpitantes,
los
Labios trémulos
y
colgados.
-Chayay! Chayay !-gritaba di rigiéndose a
los in–
dios.
Y
exigía que la Antúnez ingiriera repetidas copas de
whisky que ·el paladar poco a,·ezado de la chola rechazaba.
Raúl llegó -hasta la grosería. La choLa se chumaba .
. No
quería ya licol'.
Pero el niño in i tía con obcecación.
Celita
observaba melancólicamente otro
lado_
El
griterío monótono ele los indios ya no la di traía_
Sacaron otro toro
y
lo lidiaron
entre rugidos y nubes
ele
poh·o.
cuerpos y ondeaban los ponchos,-
igual que al primero,
Rodaban los macizos
y
mientras la bestia humana se refocilaba en el patio,
arriba una pobre alma desterrada ardía de angustia.
Atardecía . __ .
A
tra ,-és de un Yelo sepia de tierra se
veía el disco
rojizo
del sol como una llaga en los anchos
torsos ele las montañas que se recortaban negras y distin–
tas en la lejanía.
Parecían en combustión los bosques ele
eucaliptos de los alcore que estaban al poniente fronteros
a la hacienda. Tras ello
e hundía el sol. y los troncos.
esbeltos. lisos se alzaban al cielo aureolados
de
fuego.
Tenía una trágica belleza ese tramonto en la cordillera.
I
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