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PLATA Y

BRO:\TE

-Antonio. Antonio !-y el estrépito se propagó lú-

gubre por los corredores sombríos.

De afuera. Antonio contestó pronto.

-¡Niño!

-Ven acá.

El cholo se inclinó. Como saboreando las palabras,

Raúl musitó:

-Haz que la Manuela Yenga

~on

unas copas y cuj–

das de que; no salga ele la hacienda sin ser vista. Si sale,

la haces entrar de nuevo, aún usando la fuerza. Las pa–

Iabi·as brotaban borrosas de los labios hinchados

y

pal–

pitantes. La nariz ·enrojecida recogía un ol01· sensual.

-Bien. patrón-dijo el mayordomo

y

se alejó.

-Señor ..... con su perdón,--se excusó Celina clan-

do unos pasos hacia la puerta.

-Le acompaño-ofreció Hugo, cariñoso.

-Gracias, me importunaría. Vuelvo enseguida-re-

chazó afable, casi atenta la maestrita.

Hugo sentóse satisfecho. La miró alejarse pensando

;n que había ganado algún t.erreno en el corazón de la es–

quiYa muchacha.

Ella a tientas, tropezando con los indios borrachos.

encontró al fin. a una india

servicia

y

se hizo conducir

donde el

amo mayordomo.

Llegó donde él anhelante

y

temblorosa. Antes de que el rudo cholo se rehiciese de

la sorpresa

y

le preguntara por qué estaba allí. Celina

~e

arrojó a los pies del " ntonio

y

entre sollozos le dijo:

-Sáh·eme don Antonio. Mi tío no asoma . . . . Su

patrón Hugo ha de abusar de mí .... Sólo usted me puede

librar. "Cstecl ha de

t~ner

también hijas .... Por ellas, sál-

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