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l!'EIL'\A:'\DO CHAVES

pués de unos segundos se acercaba dificultosamente al di–

ván en que Celina y Hugo empezaban a cada momento

una conversación que no terminaba nunca. Llamó a Hugo

a g r:tos.

-Hugo, primo, ven .... ,

-Raúl, aquí estoy.

Se acercaron, se unieron y la lengua trabajosa ele

Raúl deslizó en los oídos de Hugo unas frases obscenas,

desvergonzadas .

Brillaron los ojos amortecidos de Hugo al escuchar

la propuesta. Diabólico, el primo. insinuó a Raúl.

-Hazla traer acá.

Y

no seas bruto ....

L·guióse el señorito. Por su hermoso rostro cruzó

.una ráfaga ele insolencia cast.ellana. Los cabellos desor–

denados ele su rubia melena ondearon a un soplo del aire

húmedo y pegajoso, como gallardetes.

;\fuera. el viento ululaba entre los eucaliptos y hacía

doblarse lastimosamente a los álamos. Crepitaban las

ramas secas coreando los silbos recios de la ventisca. Se

trizaba el ambiente con zigzags fúlgidos, todavía remoto•s.

El mugido del trueno llegaba amortiguado, devuelto en

cien ecos por las an fractuosiclacles ele la Sierranía.

La t ormenta se aproximaba.

Ce!ina -en la sala se consuHlÍa ele sufrimiento.

Se

leYantó. fue a una ventana, aspiró el olor acre de la llu–

Yia inminente, se santig1,1ó haciendo un mohín ele profun–

da inquietud

y

volvió a entrar. La fatalidad le perseguía

aquella noche como otras tantas.

E l niño Raúl tambaleante pero más autoritario, bra–

mó repetidas veces.

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