PLATA Y BRONCE
Silbaron los lazos impelidos por la manos diestras de
los cholos y se enrollaron matemá ti co en el testuz de la
fie ra . La arrastraron al corral. De allí condujeron a to–
dos a los pastizales distantes, a reposar de su furia inmo–
tiYada, de su cólera animal excitada por el esperpento bí–
pedo que no contento con tiranizar a sus congéneres, apro–
vecha de los instintos de los demás animales para martiri–
zarl os. En la hierba perfumada y húmeda olvidarán los
toros el patio polvoriento y los muñecos inseguros que
acometieron en la tarde.
Los indi os se caían en el patio, en los corredores, dor–
midos . A lgunos lograban t omar el camino de sus chozas,
pero no podrán llegar a ellas y se quedarán arrumbados
en posturas inverosím.iles en los bordes ele las sendas con
un fiel centinela contiguo : la mujer. El frío de la noche
no ·los despertará de su pesado sueño de alcohol.
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Raúl e can ó de discretear con las cholas . E l abuso
del licor le. había trastornado. Lo tomaba después d e al–
gún t iempo de abstención. Se fijó el señorito en la ex–
presión de disgusto que se dibujaba en el semblante de
Celita, y por agradarle, invitó:
-Vamos al salón.
-Vamos-repitió como un eco, Rugo.
Lentamente se encaminaron. Las cholas
alumbradas
pusieron a Celina entre ellas y le aconsejaban que se por–
tara
bien
con los patr<?nes que eran gente muy noble y muy
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