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PLATA Y BRONCE

Silbaron los lazos impelidos por la manos diestras de

los cholos y se enrollaron matemá ti co en el testuz de la

fie ra . La arrastraron al corral. De allí condujeron a to–

dos a los pastizales distantes, a reposar de su furia inmo–

tiYada, de su cólera animal excitada por el esperpento bí–

pedo que no contento con tiranizar a sus congéneres, apro–

vecha de los instintos de los demás animales para martiri–

zarl os. En la hierba perfumada y húmeda olvidarán los

toros el patio polvoriento y los muñecos inseguros que

acometieron en la tarde.

Los indi os se caían en el patio, en los corredores, dor–

midos . A lgunos lograban t omar el camino de sus chozas,

pero no podrán llegar a ellas y se quedarán arrumbados

en posturas inverosím.iles en los bordes ele las sendas con

un fiel centinela contiguo : la mujer. El frío de la noche

no ·los despertará de su pesado sueño de alcohol.

:4::

*

*

Raúl e can ó de discretear con las cholas . E l abuso

del licor le. había trastornado. Lo tomaba después d e al–

gún t iempo de abstención. Se fijó el señorito en la ex–

presión de disgusto que se dibujaba en el semblante de

Celita, y por agradarle, invitó:

-Vamos al salón.

-Vamos-repitió como un eco, Rugo.

Lentamente se encaminaron. Las cholas

alumbradas

pusieron a Celina entre ellas y le aconsejaban que se por–

tara

bien

con los patr<?nes que eran gente muy noble y muy

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