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EL PAIS DE LA SELVA

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laguna. Traían tres pescados

y

dos nutrias chicas,

á

las

cuales llaman mikilos los naturales del país. Ofrecié–

ronlos en negocio,

y

barateando, barataron.caza

y

pesca

por comestibles.

-

Amocoite yapá dokoshz,

-

decíame uno de estos

' indios buenos,

y

me indicaba con el dedo

y

se arrimaba

afectuoso, como quien dice :

«

Somos amigos tuyos,

cristiano.

>>

Entretando

1

la mente simplícima de ellos

continuaba desconocida para mí, como un

tesoro

oculto, como un libro que no supiéramos leer ... Para

rendirlos

má~

aún, les dimos baratijas

y

galletas, que

recibieron con

j

'bil

infantil. Después, al darles un

huevo cocido, el que lo recibiese comió la mitad

y

pasó

la otra á su co

añerco inmediato, murmurando los

dos: -

Na-ashic,

-

frase de agradecimiento, sin duda.

No eran negros, como los indígenas del África, sino

broncíneos, de cutis áspero

y

poroso, brillante de

sudores, con ese n1atiz de las pieles humanas curtidas

por varios siglos de sol. Las edades estaban fuera de

nuestros medios de cálculo, pues suele haber entre

ellos centenarios sin arrugas ni canas, El rostro de los

más se enmarcaba entre la barba

y .

el cabello lacios,

crecidos sin limitación de afeite alguno. La barba

muy escasa en las mejillas, como vegetación de sali–

trales, se reconcentraba todo en la pera de chivo que

alargaba el rostro, y en la melena hirsuta que caía hasta