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RIC ROO ROJAS
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Son man os; lo vieran: unos pobre dial> lo .
Dos caballos montados se aparecierondeanluYión En
el uno venían dos hombres y un niño ; en el olro, un
niño
:r
un viejo. Luego llegaron otros
á
pie. Eran los
indios que aguardábamos. Los jinetes cabalgahnn en
pelo, y manejaban al bruto con un ronzal puesto
á
gui a
de rienda. Los peatones, después de conversar un r;ilo
con sus cornpañeros, separáronse hacia el negocio,
anexo á la propia casa <le la finca. Los demás continua–
ron hasta un estero
róxímo, donde pa aron la
si~
ta
nadando y cazando. En amináronse lentamente bajo los
rayos de u
l
go que su piel no sentía,
y
fueron
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en a perspectiva del ca1nino, lras el
declive de
l
ran esos parajes muy visilados
por ellos en
los
anLaños de su fuerza,
é
iban
á
refoci–
larse chapoteando en la linfa de la laguna, cuyo fondo
recubre un tapiz de zarzas; cuyas aguas rodean una isla
misteriosa. l\fonle impenetrable cerca la isla : gajos
nudosos, espinosas pencas,
y
flexibles trepadoras y tron–
cos adustos, entretejen la urdimbre de su lóbrega
breña. Allí la espesura, á manera de rústico seto, atrin–
chera un abra donde los indios solían refugiarse des–
pués de sus pecoreos.
Cuando esos tramontaron la pequeña duna del e tero,
mi atención se volvió
á
los que estaban ya en el almacén.
Permanecían mudos, pues no sabían sino su lengua. Se