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RICARDO ROJAS

quebracho" gigantes, fuertes co1no el hierro. Llenaban

sus claros las variedades de tacos

6

algarrobos <le sucu–

lenta vaina. Pululaban en medio los n1il ejemplare <le

una vegetación profusa que encruza en partes infran–

queables redes. Aquí mostraba un lronco la recia herida

abierta en su costado por el hacha del n1elero, pues las

buenas abejas enjambran en los huecos su 1niel, para

alimento

y

goce de los hombres. Allí una horqueta sos–

tiene el nido de un bornero, toda una primorosa arqui–

tectura, ó la erizada epifita, -

graciosa corno adorno

de arquitrabe, -

aromando el ambiente con su fragante

orquídea. l\Iás allá traviesas arañas negras tejían 1nallas

de seda fina

y

)}anca, prenJidas entre ambos lados del

cai111no...

seguían1os serpenteando por la

ruta, ésta

~~-1".,,'

en un abra enorme, alfol!lbrada

de grana,

li.L<_,..

· ~~

......

- Por

e va.Hadar de la selva que se

erguía de súb-ito, co1no si hubiera sido tallada artificial-

1nente la fronda. Al converger en el otro extremo sus

curvas laterales, la senda· volvió

á

estrecharse ;

y

á

breve andar, apareció un segundo descampado análogo

al

pri~ero,

y.

después otro, unidos los tres por el pasadizo

que formaba la ruta. De aquel bosque salünos

á

una

pampa desierta, dilatada hacia horizontes de ]Jreña,

plana, sin accidentes, á no ser algún árbol que sólo

conseguía alejarnos las perspectivas ... Era la hora del

crepúsculo,

y

la inefable quietud celeste fué invadiendo

por instantes la desolación de esa llanura ...