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EL PAIS DE LA SELVA

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nocturno que cantaba allá lejos en la fronda, se me

antojaba un Kacuy, aquella perversa hermana cuya

antigua maldad expía transformada en un ave plañi–

dera. Cualquier rumor del viento, irriaginábalo el paso

de la Mul'ánima alada, cuadrúpedo fabuloso en el cual

se convierten las mujeres que delinquen en amores

J?rohibidos. El remoto ulular de alguna bestia insomne

se me ocurría el himplido del Runauturuncu, hombre

que se metamorfosea en felino y devasta con

~u

furor

las campañas. Otro grito evocaba el recuerdo del Toro–

diablo que asolara en pasados tiempos las comarcas del

Saladillo. El susurro

e las hojas me Eugería un corro

de brujas, confa

~as

ahí mismo, bajo los árboles, en

siniestra fada. Ve'

e p

's

á

Zupay, el diablo, y

á

la Sa–

lamanca, subterráne.o:G .las marañas donde se llega

á

la

posesión de las ci nc1as o uHas. Y por contraste recor–

daba á los seres benignos, como la U1nita, que pro–

tege

á

los buenos caminantes y ahuyenta con su grito

á los tigres, ó la Telesita, histérica trágicamente des–

aparecida á quien la muerte convirtió en deidad protec–

tora del bosque ;... y todas las leyendas que aquel

·pueblo imaginativo ha forjado en torno de seres del

monte cuyo destino desconoce tanto como nosotros.

Era media noche c-uando llegamos

á

una estancia

sobre el Salado, con trazas de continuar el viaje al si–

guiente día. La lunal cerca de su ocaso, alargaba

~otn-

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