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HICARDO ROJAS
de lóbrego, pero la luz de la luna aLcnuabn h,
~ ta
una
gratamelancolía esa tristeza.
I-Iacia el oriente comenzaba, junto
á
la 111argen del
Salado, la región terrífica por donde supieron venir lu
hordas que, en muda complicidad con las tinieblas,
caian sobre las poblaciones indefensas y n1ucllcs de la
adyacente lVIesopotamia, hasta las riberas del Dulce.
Entregada entonces
á
los pecoreas de los in dios, tal
era el antro obscuro de donde salió el _ fl:Jgelo de los
malones y el campo que aliinentó con su púbulo todo
género de le en<las. La: sociedades qu germinaron en
la cuenca tle
estuvieron en contaclo perenne
con la civilizac"ón: prin ero los quichuas, Jespués los
conquistado
- o
es~
más tarde los misioneros
católicos, y por último el tráfago del Allo Perú. Los
Incas crearon una monarquía más admirable y soberbia
que las teocracias antiguás ; sólo lüs ron1anos se les
parecen en su capacidad para el gobierno
y
en su poder
para la expansión : de ellos heredaron los pueblos del
Dulce el idioma, cuando, de::;de su espontáneo someti–
miento al Inca Hueracoche, narrBdo por Garcilaso, for–
maron un solo reino con las dinastías del Sol. Al
ini–
ciarse la conquista, ·con la presencia de don Diego de
Roxas, dos pueblos prin_cipales habilaban esa región :
los juris y los diaguitas, -
si hemos de poner
üc
lado
á
los calchaquíes que, por su condición 1nontañesa, que-