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RICARDO ROJAS

Sólo más tarde apareció la luna.

De la cercanía vinieron tres soldados.

Sus continentes eran graves.

Olro, acercándose, interrogó en voz baja :

¿Habéis enterrado ya todos los muertos?

Todos, señor.

Dios los haya en su gloria ...

¿Y el Capitán, señor?

El Capitán irre1nediablemente se muere...

Y de esos pechos se escapó un suspiro.

Don Diego deliraba en aquel moment9. La flecha en–

venenada le inficionara la sangre ,

y

el Capitün ele veras

se moría. Abr sadora fiebre turbaba su cab za,

y

en el

delirio agóni

seguir ... hacia

ur han sus labios :

«

Seguir ...

íos e.jarros... aclelante ... sobre la

tierra nuestr

.

r1ues

r ...

>>Y

al terminar, cerráronse sus

párpados en

l-uz de la gloria, mientras la roja sangre,

chorreando de la herida, rubricaba en la tierra blanca

y virgen, eterna ejecutoria·de dominios para la posteri–

dad de su raza.