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28
RICARDO ROJAS
Sólo más tarde apareció la luna.
De la cercanía vinieron tres soldados.
Sus continentes eran graves.
Olro, acercándose, interrogó en voz baja :
¿Habéis enterrado ya todos los muertos?
Todos, señor.
Dios los haya en su gloria ...
¿Y el Capitán, señor?
El Capitán irre1nediablemente se muere...
Y de esos pechos se escapó un suspiro.
Don Diego deliraba en aquel moment9. La flecha en–
venenada le inficionara la sangre ,
y
el Capitün ele veras
se moría. Abr sadora fiebre turbaba su cab za,
y
en el
delirio agóni
seguir ... hacia
ur han sus labios :
«
Seguir ...
íos e.jarros... aclelante ... sobre la
tierra nuestr
.
r1ues
r ...
>>Y
al terminar, cerráronse sus
párpados en
l-uz de la gloria, mientras la roja sangre,
chorreando de la herida, rubricaba en la tierra blanca
y virgen, eterna ejecutoria·de dominios para la posteri–
dad de su raza.