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EL PAIS DE LA SELVA
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La caballería española, en viéndoles, galopó á desha–
cer el grupo. La atropellada tué sangrienta. Algunos
corceles, á pesar de los gritos y latigazos, encabritáronse
de miedo, resabiándose por ahí. Otros, al llegar, bajo
el acicate de la espuela, corveteaban con brío é iban
á caer de un alto salto en medio, sobre cabezas de indios,
.Pero bruto y jinete despanzurrábanse en la filosa punta
de las lanzas.
Con ataque tan recio, desfalleció la falange. Los
juris comenzaron á huir. Deshecha su vanguardia, la
retaguardia de los arqueros reculaba
también~
pero
disparando los tangoles aún. Sobre el campo sembrado
de vísceras , caía la venenosa lluvia de saetas ... Entonces,
allá lejos, uno e
Q)S
j ·
ete que acababan de atropellar,
vaciló sobre su
on ira, y se le vió desarzonarse, con
espada y yelm / de:stle
,a
g-rupa del caballo. Caía la tar–
de; pero
á
su luz indecisa pudo verse que aquel hom–
bre era don Diego de Roxas, el jefe de la Conquista.
Una fl echa perdida acababa de clavársele en el muslo.
Aparta~os
en lo interior del bosque cercano, des–
pués de la victoria, el Teniente Felipe Gutiérrez y la
mujer que le ac?mpañaba, atendían solicitos al denodado
pala,dín.
Había cerrado ya la noche.
En el cielo brillaban rutilantes estrellas.
El bosque estaba lleno de silencio y de sombra.