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RICARDO ROJAS
-
que iba á ser el teatro de la batalla decisi ,·a, -
era
una de esas pampas frecuentes en medio <le la selva
regional.
A
lo lejos, dos grandes masas de bosque limi–
taban el abra gigantesca, aportillada al oLro rumbo
en un ralear de algarrobos
y
chañares, por don<le se es–
capaba el llano, en óptico declive de rampa hacia el hori–
zonte ... Por allá irrumpió el ejército de los indios,
á
paso de trote, con su táctica de atropelladas
y
entre–
veros . .. Alguna piedra ó flecha
h~s
precedían, pero,
arrojadas tan de lejos, iban
á
caer como cansadas ·anle
la hueste española, que, más estratégica, delúvose para
la refriega, haciendo espaldas en la ceja del monte.
Infantes cast lanos cori ían
á
parapelarse tras de que-
. r desde allí sus armas . La caba–
romper el ataque
y
dcLía dejar el
campo libre al
ego
d--e
los otros, después de la prüner
arremetida... Entretanfo, llegaban desde la tempes–
tuosa distancia, un golpetear de bocas
y
de manos, un
.
.
trompetear de guturales lamentos, cascabeles, atam-
bores, silbidos, -
todo el fiero fragor de la guerra.
Eran los indios que avanzaban rugientes
y
confiados
Yiendo sólo ese grupo de los jinetes dispersos
y
el
coruscar del sol en el bruñido metal dP. los arneses
y
los sables reales. Los
invasores, entretanto, veían,
en1bargados de asombro
y
de coraje, aquella nube de
leinpestad que se venía sobre ellos, envuelta en el polvo
leve que el aquilón de la muchedumbre leYanlaba,
llena del trueno de sus voces·.
b,