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EL PAIS DE LA SELVA

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Pasaron así las horas de la mañana, entre vacila–

ciones y conjeturas. Aeso de la siesta, el jefe de la muche –

dumbre india,llamado Sinchihuaina,-Varón Fuerte, -

ordenó que alguien se encaramase á cualquier quebra–

cho

y

avizorase la llanura. El día estaba claro,

y

e11

la diafanidad de la atmósfera la luz abría

á

la visión

perspectivas remotas. El atalaya anunció entonces que

'

allá lejos, en la otra linde del abra, sobre el fondo

sombrío de la arboleda, se esbozaba e] grupo. Con10

uno de

los escuchas de la víspera subiese tan1-

bién, éste reconoció

á

los castellanos. Ratificada la noli–

cia, una emoción supersticiosa y

trágica dominó el

corazón de la hueste, concretándose toda ella en un

solo desiginio

e

~

erentorio y brutal como un

instinto. La concie-n

d su ventaja numérica acre-

centó los entu

o ,

á la voz del valiente Sinchi–

huaina, la trib entera se movió al ataque de los miste-

.

.

nosos enemigos ...

. Esa tarde se realizó el primer encuentro, después de

varias escara1nuzas. El combate fué breve y concluyó

con la dispersión de los indios, más que vencidos por

los

conq~istadores,

azorados por la enigmática fuerza

de las caballerías y el estruendo inaudito de las armas.

Poco después, en un paraje análÓgo, se repitió la

refriega. Las dos razas volvían á encontrarse, y esta

vez en un choque definitivo. l\'Iienlras los invasores ade–

lantaban algunas leguas hacia el sur, los otros se recon–

centraban nuevamente, sin perderles el rastro. Los cas-