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RICARDO ROJAS
Alarmanles noticias de esta invasión cundian, entre
tanlo, por el campo enemigo. Los correos que años
atrás llevaran á los curacas iinperiales la requisición
de sus tributos para el rescate del Inca prisionero, ha–
bían difundido hasLa en los más lejanos territorios la
leyenda de estos hombres blancos que venían del otro
lado del mar. Súpose después el inicuo asesinalo de
Atahualpa ; la caída del Cuzco en poder de los invasores
y sus probables expediciones guerreras hacia las. ame–
drentadas provincias. Y el eco de los trágicos sucesos,
repercutiendo en boca de los chasquis, iba á infundir
espantos, hasta en el misterioso país de la selva. Des–
pertábanse obscuras reminiscencias de la raza, alusi–
vas
á
estos se
t-
aordina.rios, fuertes y bellos con10
gunos de ellos corno el divino Sol,
e borraba en preléritas noches
de teogoní ó de leyenda, y cuya vuelta se anunció para
días de desastre que comenzaban ya.
Más de doscientos años · antes, el · Inca Huerache
recibió
á
los e1nbajadores del reino de Tucma que le
llevaban . ofrendas de algodón,
mi~J
y cera, desde las
selvas y los valles del sur,
á
trueque de la civilización
peruana que los acogería en su seno. Y ese era el ino–
narca por cuya boca, las potencias obscuras del destino
vaticinaron que el hierro de hombres blancos, venidos
del oceáno sagrado donde se apaga el sol, exterminaría
las razas de América y el linaje de sus magn.íficos
Reyes. Por eso cuando, tres :,lños antes de la invasión,