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RICARDO ROJAS
El último pueblo
á
donde llegaran
lla1núbas<.
~la
·a–
jar, en lengua y tierra de enemjgos. Los naturales, al
sentirlos, abandonaran sus casas, huyendo
á
la espesura
de la selva vecina. Desierto el pueblo
y
s in bolín, agra–
vara con semejante desamparo la angu Lia de los pala–
djnes, ya suficientemente flajelados por el rigor del clima
y de la seca. Suerte que el día de reemprender camino,
cayó un fuerte chubasco,
y
pudieron colmar de fresca
lluvia los zurrones de cuero preparados
á
guisa de can–
timploras. Ardiendo todos en ese clima de horno, su–
dando mares baj
0
las cotas, extenuados por las vigilias
y
la marcha avalanzábanse
á
beber, sed ientos, el agua
pura de los
Mientras
í
en la soldadesca, don Felipe y
don Diego, se -ara os varios días por los
azare~
de la
expodición,
- rt-á10
S<f
deseosos de platicar
á
solas
bajo los árbe-les. Ambos jefes debieron protestarse leal–
tad inquebrantable, desvaneciendo así los últimos rece–
los con que, desde antes de Capayán·, viniera separán–
doles la cizaña sembrada en la hueste por la ambición
de los -µnos
y
la avidez de los otros. Unidos hoy más
que nunca, decidieron llamar á la gente de mejor con-
sejo para resolver de consuno si se hallaban con fuerzas
de seguir adelante la expedición.
Previamente, mandaron conducir ante su presencia al
indio prisionero. Alguno de los soldados chapurreaba
el idioma del país, y por medias palabras que el abo–
rígen, pesaroso y rebelde, completaba con señas, obtu-