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RICARDO ROJAS
monturas, se incorporó
á
ese aviso de peligro,
y
vieron
á
Rodrigo aparecer donde
la tropa, conduciendo con
otros de la guardia á un espía aborigen que acababan
de aprisionar. La gente, movida de curiosidad y sor–
presa, se avalanzó en pelotón infor1ne sobre el enemigo,
formando
á
voces un en(liablado guirigay. El Capitán lle–
gaba en ese mo1nento desnudando el sable. Su presencia
puso paz en la turba.
-
¡Voto
á
bríos! -
exclamó jubiloso el castellano·
-
¡
Dejadle pasar
! - ·
dijeron algunos, remolineando
en grupos . .
- Hele ahí_,,.m · Capitán, -
agregaron, entregándole al
indio a1nedr
Lado.
-
¿
Qué su
drigo? -
interrogó parsimonioso
don Diego.
e
esl'
za.han
entre los árboles, y en
viéndoles, fuin1os
á:
ellos ; el uno ha conseguido fugar:
al otro, ahí le tiene vuesa merced.
Viva Rodrigo de Pantoja
!
! ! tronó la soldadesca,
despertando los ecos
y
las aves en la callada espesura
donde .
comenza.baá amanecer.
Á
la difusa claridad del día, se destacaba el prisio–
nero, vestido de lana burda desde las rodillas á los ho1n–
bros, ceñido el cuello por un collar de amuletos
y
en–
cuadrada la faz ruda
y
bravía en la melena desgreñada
y
lacia: -
un aire de familia identificaba es
le
hombre
y
aquellos árboles.
La multitud de soldados .se aglomeraba curiosa, ce ..