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10

RICARDO ROJAS

monturas, se incorporó

á

ese aviso de peligro,

y

vieron

á

Rodrigo aparecer donde

la tropa, conduciendo con

otros de la guardia á un espía aborigen que acababan

de aprisionar. La gente, movida de curiosidad y sor–

presa, se avalanzó en pelotón infor1ne sobre el enemigo,

formando

á

voces un en(liablado guirigay. El Capitán lle–

gaba en ese mo1nento desnudando el sable. Su presencia

puso paz en la turba.

-

¡Voto

á

bríos! -

exclamó jubiloso el castellano·

-

¡

Dejadle pasar

! - ·

dijeron algunos, remolineando

en grupos . .

- Hele ahí_,,.m · Capitán, -

agregaron, entregándole al

indio a1nedr

Lado.

-

¿

Qué su

drigo? -

interrogó parsimonioso

don Diego.

e

esl'

za.han

entre los árboles, y en

viéndoles, fuin1os

á:

ellos ; el uno ha conseguido fugar:

al otro, ahí le tiene vuesa merced.

Viva Rodrigo de Pantoja

!

! ! tronó la soldadesca,

despertando los ecos

y

las aves en la callada espesura

donde .

comenza.ba

á amanecer.

Á

la difusa claridad del día, se destacaba el prisio–

nero, vestido de lana burda desde las rodillas á los ho1n–

bros, ceñido el cuello por un collar de amuletos

y

en–

cuadrada la faz ruda

y

bravía en la melena desgreñada

y

lacia: -

un aire de familia identificaba es

le

hombre

y

aquellos árboles.

La multitud de soldados .se aglomeraba curiosa, ce ..