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RICARDO ROJAS

rl~cogiéronse

al azar de la fronda. No era bisoüo el jefe

en esta guerra de los indios, ya probados honor

y

dc–

naedo, en la conquista de Nicaragua. Dispuso, pues,

n1cdidas que les cautelasen de posibles asaltos á des–

hora. Según indicios de las avanzadas rea les, la genle

de los juris, -

en cuya _jurisdicción se hallaban ahora,

-

acechábales oculta en las cercanías del monte. Una

pequeña guardia, al mando de Rodrigo ele Pantoja,

vigilaría los alrededores, con la consigna de que, si

atrapaban algún escucha

enemigo, lo condujeren

á presencia del jefe;

y

si descubrían . cosa de mayor

alarma, dispm:aserr un. tiro de arcabuz. Varias cuadras

atrás, en un :@ivio del ca

ino que iba

á

desembocar en

el de Chile, a

e Gonzalo de Solo, para guiará

Felipe Gutiérr.

habiendo qu

czaga, en la frontera diaguita,

llegaría de p-r-onto

á

la sel va, con toJo el resto de la

tropa. Nadie encendiera los habituales fuegos del

vivaque,

y

así quedó el ·campamento al más seguro

amparo de los follajes y la sombra.

Cumplidas estas resoluciones, ·se desembarazó don

Diego de sus armas, y en medio de la sombra

y

el

silencio que anegaban el bosque, empezó

á

meditar

bajo aquellos árboles . -

¿

Á

dónd e iban? ...

¿

Qué in–

flexible designio de la fortuna los llevaba, por entre

peripecias de romance, hacia el misterio donde acaso

les esperaba la muerte? -

Inmensas las llanuras, ás–

peras las montañas, la selva ahora hostil ; ernpero,