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RIC RDO ROJAS

inalla, suspensos al talabarte los aceros,

y

las

nhcllcra ·,

blondas ó brunas, crecidas en el desaliüo de la gu rra,

danJo á sus rostros varoniles, curlidos

á

la

áli<la

temperie, la expresión ele una máscara prin1itivaysalvaj .

Una n1ujer -

¡

la única

1 -

dulcificaba. la rudeza de

ese grupo de hierro.

Era una joven castellana, compañera de Felipe Gu–

tiérrez.

(Clelia, Violan te, Inés, Leonor, Roxana, Estrella

1 -

¿

quién dijera

tu nonibre, desde el olvido secular

donde yace?

¿

Fuiete acaso una tronga d_e las que pasa–

ban

á

las Indias con los héroes de la novela pjcarcsca ;

ó

un noble corazón de teinple antiguo, que supo unir en

la vida, las

dulzuras de u

inociones de la guerra con las

io galante.) -

Su

voz

d~hió

de

ser cristaliI

a loteo de las gárgolas, la voz en

que mezclaba á aquellos coloquios bélicos sus ingenuos

decires; mientras los guerreros, de frentes ceñudas,

reflexionaban :

Regresar al Perú, juzgábase un expediente cobarde,

sin provecho. ni gloria. Volver, á mitad de la jornada y

con peligro de convulsionar numerosos pueblos, á los

cuales, con el desaliento de los desastres, quién sabe

si podrían resistir! Además, las perspectivas del canlino

resultaban ahora más haiagüeñas ... Y como alguien

aludiese con temor á los Juris, la nación nun1 rosa

y

guerrera que poblaba la selva, - Alonso de Lagos res–

pondió, dirigiéndose al jefe :_