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EL PAIS DE LA SELVA

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vieron informes, aunque vagos, sobre el territorio á re–

correr. Del río fabuloso, cuyas riberas buscaban, nada

supo decirles. En cambio, les habl ara de otro río, -

el

Dulce, acaso, -

cuyas aguas corrían á pocas leguas de

allá. No arrastraban sus ondas pepas ni polvo de metales

preciosos, antes bien las arenas de sus costas eran á

trechos áridas. De la plata, del oro, del bronce y del

hierro, sólo conocían los indios valerosos , habitadores de

la boscosa llanura, lo que trocasen, por fruto s de su

tierra, con el Calchaquí de la 1nontaña.

En posesión de esos datos, se reuni eron los hombres

de consejo. Al salir del Cuzco, habían estipulado los

conquistadore~ ,

dadas las contingencias de estas expedi–

ciones en lo

i nter~o

de la Arnérica, que si Roxas moría,

le sustituyese Feljpe Gutiérrez,

y

si el Teniente perecía

también, le

eemplazase el Maese de Campo don

Nicolás de Heredia. Llamaron, pues,

á

Heredia; citaron

igualmente á Diego Hurtado, alférez de la colu1nna; á

Pedro López de Ayala, Alonso de Lagos , Juan de Bal- ·

maceda, López Sánchez de Valenzuela, Francisco de

Me!}doza, Diego de Maldonado y Pablo de Montemayor.

En torno, el resto de la tropa aguardaba la palabra de

su caudillo, á quien seguían con el sentimiento caba–

lleresco de un tiempo feudal. Todos 'aquellos hombres,

villanos, malhechores ó gentiles hidalgos, identificaban

sus altnas, en la f_e,

la ambición

y

el arrojo que les

eran comunes. En lo exterior, identificábanse tam–

bién los cuerpos : vestidos todos por sendas cotas de