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RICARDO ROJAS

fabulosas riberas. Habían perecido en los combates

algunos compañeros valerosos; las munnuraciones

comenzaban

á

indisciplinar la columna; sufrieran sed

en las ásper as travesías,

y

hambre cuando se agotaron

las vituallas ; escalaran cerros, vadearan torrentes, sal–

varan precipicios, en la accidentada zona de las cumbres;

mas nada les detenía, bullendo en cada corazón los

ímpetus de la casta, y en el ansia común parloteando

ese quünérico río, cuyas aguas albeaban de

plat~

con10

en un eterno reflejo de luna.

Tras el p ís

reino Calchaquí, lle-

gaiban al pa1s

Hay sitios d

ión, donde inviolada la · fronda,

conserva las

b

ne

Ue entonces. Acaso nli propia

frente haya gozado la umbría del rnis1no árbol secu–

lar que cobijó, hace más de

trescient~s

años, á un rey de

esas tribus,

á

un conquistador de aquella leyenda ...

Tierra de llanura, no se ve el panorama de conjunto:

falta ia inclinación de las faldas

y

la perspectiva de las

cumbres . Carece de esas lontananzas sin obstáculo que

hacen de la pampa una circunferencia verde y gran–

diosa cuyo remotq linde se deti ene ante el mar ó el

cielo. El bosque pone, de trecho en trecho, vallas á los

ojos; es necesario penetrar en él, sentir el paisaje por

su misma intimidad, y no por la sugestión dé las dis–

tancias.

Exist~n

abras donde la vegetación se descubre,